domingo

El Hundimiento Del Salem

El superpetrolero Salem, de 96.000 toneladas, era una bomba de relojería flotante, en peligro de convertirse en una enorme bola de fuego en el momento menos pensado. Pero su capitán, sus oficiales y sus dieciocho tripulantes estaban tranquilos, rechazando visiblemente el pánico, esperando silenciosamente sobre la cubierta y escrutando el horizonte para ver si pasaba algún barco.
El 17 de enero de 1979, el capitán griego del Salem anotó en su cuaderno de bitácora que el barco había sido sacudido por una serie de explosiones que le habían dejado flotando impotente y sin motores en el océano Atlántico, a ciento sesenta kilómetros de la costa africana de Senegal.
El cuaderno de bitácora del buque consignaba también, con alivio, que las misteriosas explosiones y los pequeños incendios no habían inflamado la enorme carga de 200.000 toneladas de crudo volátil de kuwaití almacenado en los depósitos del petrolero.

El “Salem” en sus buenos tiempos, cuando todavía se llamaba “Sea Sovereign”, pertenecía a la Salénrederierna y lucía una bonita bandera sueca en la popa

El Salem permaneció a flote otras treinta horas. Casi inevitablemente, en aquella ruta tan frecuentada, fue avistado por el petrolero British Trident, que había zarpado de Inglaterra y se dirigía a la terminal del Golfo Pérsico de la que había salido el Salem hacía más de un mes. Veinte minutos después de haber avistado el British Trident al Salem, el buque británico recibió la primera y única llamada de socorro del barco averiado.
En el momento en el que el British Trident viró para responder a la llamada, una brillante nube de humo anaranjado se elevó del Salem. Pero no hizo falta que los salvadores se acercasen demasiado. A los treinta minutos, los sólidos botes salvavidas del Salem les salieron al encuentro en mitad del trayecto. Los marineros británicos no pudieron dejar de admirarse al ver la tripulación del Salem, pausada y perfectamente serena después del terrible peligro que acababan de pasar, cuando subieron ordenadamente a bordo del British Trident, con sus maletas completamente dispuestas.
El buque había permanecido un día y una noche a flote, aunque ligeramente escorado. Se había podido presumir que, con un poco de suerte, el Salem aguantaría mucho más, tal vez el tiempo suficiente para una reparación de urgencia y para salvar a su tripulación.
Pero a los diez minutos de ser rescatada ésta, la proa del Salem se hundió en el mar y el barco se perdió de vista.
 (Senegal)

La tripulación del British Trident se sintió aliviada cuando la posible bomba incendiaria se sumergió bajo las olas. Ahora pusieron sus máquinas a toda velocidad, para alejarse de la catastrófica fuente de petróleo que emergía desde los depósitos del Salem. Sabían que su enorme carga valorada en 25 millones de libras esterlinas, produciría probablemente una de las peores mareas negras que el mundo hubiese conocido.
Casi como una advertencia del inminente desastre ecológico, una gigantesca burbuja de petróleo ascendió a la superficie del océano. Y allí se detuvo.
El Salem se sumergió más y más en el Atlántico, en aguas demasiado profundas para que cualquier submarinista pudiera llegar hasta él. Había desaparecido y se había perdido para siempre. Esto era indudable.

 (Ciudad de Dakar)

El día siguiente, la tripulación del Salem fue desembarcada en Dakar, la capital de Senegal. El capitán despidió a su agradable tripulación y se preparó para el interrogatorio en unas diligencias rutinarias sobre la pérdida del barco. Notificó a los propietarios del Salem, una compañía naviera recién constituida, que compartía la misma dirección en Moravia, Liberia, con otras doscientas compañías navieras, que su buque se había hundido. Informó a los propietarios del petróleo Shell International Trading, de Londres, que su valiosa carga se había perdido, por lo que tendría que reclamar la indemnización a los aseguradores.
El capitán formuló cuidadosamente su propia reclamación a la compañía aseguradora, 12 millones de libras por el Salem, menos de la mitad del valor de su carga. Después, en cuanto las autoridades de Senegal le dejaron el libertad, voló hacia su ciudad, Atenas. 

Al intentar los investigadores de los aseguradores descubrir algunas de las causas no explicadas en el hundimiento del Salem, un tripulante del petrolero dio un nuevo giro al problema.
Dicho tripulante, tunecino, apareció en París, gastando el dinero a espuertas. Declaró que el dinero que tiraba tan desaforadamente en los clubs nocturnos procedía de un premio de miles de francos suizos que le habían dado los propietarios del Salem.
Y una cantidad igual, según dijo fue pagada a todos los tripulantes que participaron en una conspiración de silencio pocos días después de que el Salem zarpase de la terminal de carga de petróleo en kuwaití, en Mena Al Ahmdi y saliese del Golfo Pérsico. El satisfecho tripulante pregonaba que los turbios hombres de negocios propietarios del Salem habían hecho su fortuna ofreciendo sus servicios para transportar el cargamento de petróleo desde Kuwait a Inglaterra.

El petróleo kuwaití había doblado su valor para un grupo de clientes situados a 30.000 kilómetros de distancia: las industrias de Sudáfrica. La mayoría de los exportadores árabes de petróleo mantenían una política común de antiapartheid contra el régimen sudafricano y se niegan a venderles sus productos. África del Sur compra el petróleo donde y cuando puede… y paga precios elevadísimos.
El tripulante insistía en que el barco había tenido un encuentro secreto con un petrolero sudafricano frente al cabo de Buena Esperanza, trasladando a éste su precioso cargamento y llenando después parcialmente sus depósitos para que no se elevase de modo sospechoso su línea de flotación. Entonces continuó su ruta como parte de una bien estudiada intriga. Se hundió convenientemente frente a la costa de Senegal, punto más próximo de desembarco después de salir de las aguas de Sudáfrica.

En Atenas, el capitán del Salem rechazó las gratuitas alegaciones de su tripulante como un cuento de marinero, encaminado a añadir pimienta e intriga a una triste pero plausible explicación de la pérdida del petróleo. El Gobierno sudafricano mantuvo un discreto silencio.
Pero los investigadores del seguro tenían ya fuertes sospechas fundadas de que el Salem había tardado más de un mes en llegar a la costa de Senegal desde Kuwait. Hubiese podido cubrir esta parte de su viaje en solo tres semanas. Muchos de ellos decían que aquella pérdida de tiempo sólo podía explicarse por una desviación intencionada de la ruta normal.

Es poco probable que alguien pueda resolver el problema del barco que pareció hundirse adrede. Los restos del Salem yacen a gran profundidad en las tormentosas aguas del océano Atlántico. ¿Se están vaciando lentamente y sin dejar señales sus depósitos llenos de petróleos por un valor entonces de 25 millones de libras? ¿O solo están llenos de agua de mar?

Fuente de Datos:
*Grandes Enigmas - Nigel Blundell

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